viernes, 20 de julio de 2007

A time to love and a time to die (Douglas Sirk/1958)




Dirección: Douglas Sirk
Reparto: John Gavin (Ernest Graeber), Liselotte Pulver (Elizabeth Kruse), Keenan Wynn (Reuter), Don DeFore (Boettcher), Erich Maria Remarque (Pohlmann), Thayer David (Oscar Binding), Jock Mahoney (Immerman), Klaus Kinski (Gestapo Lieutenant).
Guión: Orin Jannings
Música: Miklos Rozsa
Productor: Robert Arthur
Editor: Ted Kent
Basado en la novela “Time to die, time to live” de Erich Maria Remarque, quien también escribió (y tal vez es más conocido por está) Sin novedad en el frente (Im Westen nichts Neues[1]) que fue llevada el cine en dos ocasiones, en 1930 y en 1979. La novela ambientada en la primera guerra mundial (con un fuerte contenido antibélico), narra la decepción de un grupo de jóvenes ante la guerra.

Sinopsis

Ernest Graeber (John Gavin) es un soldado alemán (durante la segunda guerra mundial), que ha estado varios meses emplazado en el frente ruso. Recibe un permiso para regresar a su hogar en Berlín por tres semanas. Al regresar encontrara que la guerra no solo se libra en el frente.

El Amor y la Guerra

Los films que tienen como marco la guerra, tienden a ser antibélicos. Es decir, buscan acercarnos al horror de la guerra y asquearnos de todo lo relacionado a ella. Por lo general son epopeyas en la que el espíritu humano se sobrepone a todo y que buscan mostrarnos que le hace la guerra a las personas. En esta ocasión pareciera ser que la trama antibélica fuera el centro y desarrollo del film, pero es todo lo contrario, es un tema más. Si bien es cierto buena parte del film muestra lo que la guerra le hace a las personas, de qué modo esta las transforma y las desfigura. Los tiempos de guerra son tiempos en los que no solo las emociones ruines florecen, sino en los que incluso el amor por la vida y el valor de esta son sentidos con más fuerza.

Y esto es lo que precisamente Sirk nos propone en este film, un amor que bajo ninguna otra circunstancia hubiera podido florecer, bajo el marco de la guerra se hace no solo posible sino que adquiere una fuerza descomunal. Ese es el drama de estos dos personajes (no el que la guerra no los deje ser felices por siempre), que tal vez bajo ninguna otra circunstancia hubieran pensado en estar juntos.

Podríamos ver a los protagonistas, como seres necesitados de afecto, que se refugian en otros con tal de intentar por un momento de olvidar todo el horror que se extiende alrededor de ellos, pero por otro lado podríamos ver ese apostar por el amor, como la única cosa que pueden tener para ellos, en ese mundo de locura que es la guerra, es decir, si la muerte se presenta como la posibilidad siempre latente, el amor, el amar y enamorarse se abre como la posibilidad de hacer algo sin sentirse condicionados a.

Y es que para Sirk como en la vida, en las historias no solo se trata de pensar lo correcto o lo adecuado, no solo se trata de colocar a la bondad o la maldad como antípodas, sino que las personas tendemos a tener ambos aspectos, y que parte de la condición humana se basa en esa dualidad constante. Por eso los dramas de Sirk escapan de ser meras historias del corazón, donde el destino injustamente se interpone en la felicidad de la pareja de amados, y el amor es medido por su consumación en la eternidad. Sirk nos centra en la guerra no para que nos de asco, sino para ver como en ella, y solo en ella se puede dar esta historia de amor. A no perdérsela.

Juan Alberto Gonzales Hurtado.

[1] Su titulo en ingles es “All quiet in the western front”.

jueves, 5 de julio de 2007

All that heaven allows




All that heaven allows (Douglas Sirk/ 1955)

Dirección: Douglas Sirk
Guión: Peg Fenwick
Música: Frank Skinner

Producción: Ross Hunter

Fotografía: Russell Metty

Douglas Sirk le dio al melodrama en los 50, matices y aspectos propios. Él, como pocos, tuvo la maestría de llevar las emociones de sus personajes y las nuestras, a través de historias complejas y extremas. Alejado de manierismos y exageraciones, Sirk maneja el melodrama, de una manera impecable. Le da su sello propio al género, sello que marcó a directores como Fass-binder y Almodóvar. Y que aún se puede ver en directores como Todd Haynes y Wong- Kar Wai.

Hace unos años Todd Haynes dirigió un precioso film llamado “Far from Heaven”. Este film que se logró ver en nuestra cartelera, nos presentaba una fotografía cuidada al detalle. La película nos contaba la historia de una pequeña familia modelo de clase acomodada que ante la revelación de uno de sus miembros, se empieza a resquebrajar por completo.

Traemos esto a colación pues a partir de ese film de Haynes, en el mundo de la crítica cinematográfica (especialmente en la adepta a llenar los comentarios de referencias), se recordó el film de Douglas Sirk llamado All that heaven allows (1955), y es precisamente de este film de Sirk que queremos hablar.

Sinopsis

En un pequeño pueblo de Conneticut, Cary Scott (Jan Wyman), una viuda de clase acomodada con hijos ya universitarios, pasa sus días sola, alejada por propia voluntad de la comunidad que en algún momento la acogió. Un día Cary, repara en Ron (Rock Hudson), su jardinero. Entre ambos surge una relación de amistad que debido a las “diferencias” sociales, hará difícil y complicada la relación.

Bajo el cielo

All that heaven allows, es una película de una fotografía impecable, que utiliza el color no como mero decorado, sino como el marco desde el cual se cuenta la historia, es un personaje más en el film. Gracias a el podemos ver los cambios en los personajes, los sutiles matices de sus psiques. El uso del Technicolor[1] por parte de Sirk, es de una maestría soberbia, compone escenas que nos hacen pensar en la creación de un cuadro, pero uno en movimiento, que se nos acerca, por los colores, los diálogos, y la música que el director escoge.

Wyman y Hudson de la mano de Sirk están a la altura de lo que les exige la historia, las actuaciones de ambos, son de una naturalidad, de una entrega que impide caer en exageraciones o convertirse en caricaturas dramáticas. Parecen meros casos tipo, que no pueden entregar más que lugares comunes, pero Sirk logra crear el drama al llevar los tópicos, más allá de lo que ellos suelen ofrecer.

Vivir su Vida

Cary es una mujer que suponemos está en sus cuarenta, que recién empieza a pensar más en ella, en lo que ella ha querido, y no en lo que los otros le han hecho creer que quería. Pero así como está comenzando a cuestionar lo que creía, esta aferrada a las creencias que le han dado seguridad y estabilidad toda su vida, a una ética del cuidado que la pone en el último lugar de sus prioridades. Esta dualidad en su personalidad es la que genera todo en el film. Y es que solemos tener la creencia (de origen moderno) de que somos seres autónomos, que nos constituimos alejados de la mirada de los otros, que quien somos y lo que qué deseamos ser, depende única y exclusivamente de nosotros, de nuestra capacidad de liberarnos de los prejuicios de los otros, del influjo de su mirada. Pero esto no es del todo así, los prejuicios de los otros también son nuestros, esa mirada que parece externa a mí y que me juzga, es también mi propio juicio. Son nuestras propias creencias las que nos censuran.

Sirk centra su mirada en la mujer, en su drama. Pero su personaje femenino no es una simple hoja que se deja llevar por el viento, tiene una profundidad que la aleja de los caracteres apáticos de las heroínas del cine convencional de su época. Y es precisamente esa complejidad en la construcción de los personajes femeninos el rasgo de Sirk y sus melodramas. Son ellas las que llevan la carga y el peso de todo el film, es desde ellas que creamos empatía, y desde ellas (las heroínas) desde su mirada vemos la película. No utiliza grandes monólogos, solo hace falta pequeños gestos para expresar toda la emotividad que hay detrás de ellas. Son ellas las fuertes, las que resuelven los problemas, las que deben incluso decidir ante la indecisión de los hombres. Son ellas las que deciden vivir su vida. A no perdérsela.

Juan Alberto Gonzales Hurtado.




[1] Es una técnica para darle color a los films, se la conoce como la segunda técnica de coloración (la primera fue Kinemacolor, de origen ingles). Esta técnica se basa en el uso de cámaras con filtro, las cuales filmaban en paralelo la misma escena. Luego con las cintas grabadas se seguía un proceso de coloración de los fotogramas. Era en esta parte del proceso que se conseguía lo que caracteriza al Technicolor, es decir los colores encendidos y con una textura aterciopelada. Un ejemplo clásico de película Technicolor es “Lo que el viento se llevo” y “El mago de Oz”.

miércoles, 4 de julio de 2007

Temporada de patos




Dirección y guión: Fernando Eimbcke
País: México.Año: 2004
Duración: 85 min
Reparto: Daniel Miranda (Flama), Diego Cataño Elizondo (Moko), Danny Perea (Rita), Enrique Arreola (Ulises)

A los catorce, ¿recuerdas cómo te enfrentabas al tedio de un domingo cualquiera?

Un departamento sin adultos, una pizza fría, un pastel mal hecho, una vecina dos años mayor que tú que da besos con lengua, la ausencia de corriente eléctrica y los amigos de infancia o los amigos circunstanciales, a los catorce, siempre van a ser el escenario ideal para hablar del divorcio de tus padres, la soledad, la confusión entre amor y amistad o las frustraciones de la vida, de forma sencilla, pero compleja.

Si alguna vez tuviste una mamá joven que fumaba marihuana sólo los fines de semana, si no pudiste gritarle a tus padres cuanto te enervaban sus peleas estúpidas, si su divorcio te molestaba o complacía más que perder o ganar en una partida de tu videojuego favorito, si la pizza a domicilio era más rica que lo que cocinaba tu madre, o si alguna vez te sentiste muy cercano y convertiste en tu amigo al portero del edificio, si te echaste una rabieta porque se fue la corriente eléctrica justo cuando te disputabas el desempate en el nintendo, ordénate una pizza, una gaseosa al tope del vaso con un par de hielos y disfruta esta peli, y no dejes que en estos tiempos de pantallas LCD, el blanco y negro te desanime.

A mis amigos de Mártir Olaya en Miraflores y por supuesto, a Antonio y a Renzo.




Paola Fattorini.