sábado, 7 de noviembre de 2009

Has Anybody Seen My Girl? (Douglas Sirk/1952)





Has Anybody Seen My Girl? (Douglas Sirk/1952)

Dirección: Douglas Sirk
Reparto: Rock Hudson (Dan Stebbins), Piper Laurie (Millicent Blaisdell), Charles Coburn (John Smith/Samuel Fulton) Gigi Perreau (Roberta Blaisdell), Larry Gates (Charles Blaisdell), Lynn Bari (Harriet Blaisdell), William Reynolds (Howard Blaisdell)
Guión: Joseph Hoffman. Basado en el relato de Eleanor H. Porter.
Música: Hermman Stein
Fotografía: Clifford Stine
Productor: Ted Richmond
Editor: Russell F. Schoengarth

Sinopsis
Un anciano millonario ha decidido inmiscuirse en el futuro de la familia de la mujer que en su juventud amo.

Sirk en clave de musical

Los críticos de Douglas Sirk, asumen sencillamente que este film fue realizado decididamente a pedido y por cumplir su rol de director de planta de la Universal. Sin duda hay algo de verdad en esto, pero la manera en que Sirk asume el musical, es construyendo una critica demoledora de la sociedad norteamericana. Y es que en Sirk (no podía ser de otra forma), tanto color esconde sencillamente la ironía más grande.

El film se construye a partir de la clave de la comedia romántica clásica, hay que casar a una joven pareja, pero antes de ello, deberán pasar por una serie de peripecias, hasta llevar a un impasse o situación aporética que es resuelta por un Deus ex Machina. En la que no puede faltar un senex (anciano, a veces sabio), como vehiculo de resolución de conflictos o desde donde se originan estos.

El caso del senex (interpretado por Charles Coburn), construido por Sirk, es una suerte de identidad venida no solo de lejos, sino que juega a pasar por un igual. Además cumple el rol del que impide y a la vez permite el matrimonio de la joven pareja. Este senex, que como dijimos viene de afuera, cree, como los dioses en las tragedias griegas, que lo bueno para ellos, es lo bueno para los humanos. Así que cuando decide darles un “don” (cien mil dólares) a la familia Blaisdell que lo acoge en su casa, lo hace confiado que esta suma hará feliz a la familia. Lo cierto es que Sirk, como siglos atrás Eurípides, sabía que el “don”, no cambia a la persona que lo recibe, solo potencia lo que hay ya en ella. Creer que la familia buena y pobre, cambio solo por el dinero y que en ella se encierra la moraleja u enseñanza del film, es una ingenuidad. Sirk, ya nos había mostrado, que la única razón por la que la familia Blaisdell (en concreto la madre), aceptan como huésped al extraño venido de afuera (Charles Coburn), no es por cordialidad, sino por la promesa de recibir dinero a cambio del hospedaje.

Y esta avaricia retratada por Sirk, no es pesimismo o escepticismo ante lo humano, es sencillamente lo humano haciéndose presente. Se olvida lo humano, precisamente cuando se quiere ver solo la bondad tras las buenas costumbres. Sirk retrata a la sociedad norteamericana, no con el afán de burlarse de ella, sino que es ella, la sociedad la que esta ansiosa de verse en el espejo que le coloca Sirk.

En el caso de este film, el espejo se sitúa en los años veinte, antes del crack económico y en plena “ley seca”. Sirk elige como es usual un pequeño pueblo de Nueva York, que parece de postal, con la pérgola en el centro de la plaza central y la cruz en la punta de la iglesia. No es una urbe en la que los valores se han diluido, sino que en apariencia aún se conservan. Además se mira con cierta melancolía la década del veinte, como aquellos inocentes viejos tiempos.

Pero este pequeño pueblo, no ha sido inmune de los nuevos ritmos y costumbres que practican los jóvenes. Nos referimos al Ragtime[1], con sus particulares pasos de baile, el Foxtrot y el Charleston. Además se pasa el tiempo en la Drugstore, la cual se encuentra abastecida de una sección en que se expende helados y gaseosas. Y la que solo es tolerada afirma el dueño, por el dinero que produce. Esta afirmación en apariencia anodina, marca la pauta del film, lo aceptado en Norteamérica, no es necesariamente lo admitido por el ethos (es decir, las costumbres de la comunidad), sino por el dinero que hay alrededor. O mejor dicho, el ethos se construye y reconfigura decididamente en relación al dinero. Y eso se realza cuando la familia pobre, es admitida en sociedad, por la pequeña fortuna que ha heredado, y que el chisme se ha encargado de exagerar. Ellos importan en tanto hay dinero de por medio. Lo cual no es asumido solo por los ricos, sino por los propios “nuevos ricos”. Y que se excusan en la figura del sueño efimero hecho realidad, por la fortuna despilfarrada.

Este film, en apariencia alejado de los melodramas que lo harán famoso en Hollywood en años posteriores, inicia la simiente de lo que será el cine de Sirk en los cincuenta. Con films llenos de estrellas, con imágenes cuidadas y bellas. Con historias de final feliz, que hacían caer cientos de lagrimas y que regresaban a cientos de mujeres a casa tranquilas, sabiendo que siempre habrá un mañana. Pero que muestran a la vez una sociedad intentando ocultar tras un velo de color, las culpas por un pasado nada glorioso. Y no es que Sirk crea que la hipocresía sea exclusividad norteamericana, no. Sencillamente, es el lienzo en el que le toca retratar la condición humana. Un film que sin duda hay que ver.

Juan Alberto Gonzales Hurtado.

Post Data
Como dato curioso, un joven James Dean aparece, en una pequeña escena del film, en lo que parece su primera aparición en el cine. El modo en que lo hace no podría ser de otra manera, a un lado de la barra del Drugstore, pidiendo ser atendido, con actitud despreocupada por las formas.




Además es bueno resaltar que es con este film que inicia la relación director-actor, entre Douglas Sirk y Rock Hudson.



[1] La canción que da nombre al film se llama “Five Foot two, Eyes of Blue” creada por Ray Henderson (música), Sam Lewis y Joe Young (letra). La letra nos habla de un hombre que no conoce ya a su novia pues se ha vestido de Flapper. Algo similar pasa en el film de Sirk.